No sé qué va a pasar en los próximos meses de mi vida, pero por el momento tengo claro que no voy a parar totalmente mi trabajo (venga, ahora es cuando me podéis lapidar), exactamente igual que no lo he parado hasta ahora. Este verano no he hecho vacaciones. ¿Por qué? Pues por muchas razones, pero fundamentalmente porque trabajar ha sido la terapia durante los cuatro meses aproximadamente que llevo de reposo, o igual son cinco meses, ya he perdido la cuenta. Trabajar desde casa ha sido un reto y las diferentes formas de organización que me he ido montando han funcionado, porque he terminado siendo mil veces más productiva que en el despacho. Menos mal.
Ahora, a medida que se acerca la recta final, llega el momento de empezar a plantear cambios. Quiero seguir trabajando, pero tengo que ser consciente de que no podré seguir trabajando igual y eso implica empezar a hacer cambios desde ya. El primero será el teléfono.
Hace mucho tiempo que la gente se ha acostumbrado (nos hemos acostumbrado) a que estamos disponibles a todas horas. Hace también mucho tiempo que me quité el doble check azul de Whatsapp y la hora de última conexión porque a veces me escribían clientes un domingo y me reprochaban que no les contestara si había leído el mensaje. Es lo que pasa cuando llevas en un solo teléfono tu vida persona y tu vida profesional. No importa la hora del día o el día de la semana, mandamos un mail. Luego un whatsapp para decir que hemos mandado un mail y cuando vemos que no nos contestan, llamamos para decir que hemos mandado un Whatsapp diciendo que hemos mandado un mail. Mola, ¿eh?
Pues ahí va mi decisión número 1: dos teléfonos para dos vidas y uno de ellos, con horario. Estuve a punto de hacerlo antes de Magdalena, pero con el reposo bajó mucho mi actividad y no fue necesario, pero ahora la cosa está llegando a un punto un poco de desmadre. Yo no trabajo todo el día y no tengo intención de seguir trabajando todo el día a partir de finales de octubre. Ni contesto llamadas mientras como ni mientras ceno, y muchas veces tampoco contesto llamadas mientras estoy haciendo un trabajo que requiere concentración.
La única forma que se me ocurre en estos momentos de organizarme un poco mejor es darle la vuelta a las dos líneas que tengo: la que usaba para llevar las cuentas de redes de mis clientes (no llevo nada de clientes en mi móvil personal) la usaré para mi vida personal y la de siempre, la que tiene todo el mundo, se quedará para trabajo. Cuando acabe de trabajar, se acabó el móvil hasta el día siguiente cuando vuelva a encender el ordenador.
Puede que haya quien no comprenda que no conteste un Whatsapp hasta el día siguiente o quien se dedique a preguntarme 30 veces seguidas si estoy conectada cuando es obvio que no lo estoy. O quien llame como un poseso cuando vea que no he contestado ninguno de los 30 Whatsapps, pero creo que todos debemos replantearnos si algo es urgente o no lo es. ¿Es imprescindible mandar un mail a las 21.30 para algo que no es urgente cuando lo puedes mandar al día siguiente? Pues no, no lo es. Y así, todo. Si todos moderáramos nuestras ansias, tal vez no haría falta tener que ir por la vida con dos teléfonos.
Y bueno, que otro día hablaremos de si el Whatsapp es la vía más lógica de comunicación entre clientes y proveedores…