Yo tengo una vida paralela en la que fundamentalmente soy madre. Es curioso compartimentar así mi vida, pero doy por hecho que a la gente que ya me conocía antes se la soplan mis dudas existenciales sobre la maternidad, así que desde el minuto uno decidí separarlo todo. Allí, en ese otro mundo en el que ahora mismo compartimos trucos para no perder la puta cabeza con niños pequeños en casa, durante mucho tiempo se ha hablado del autoempleo como la panacea de la conciliación. Durante ese-mismo-mucho-tiempo me he cabreado y me he dicho a mí misma que escribiría un post sobre este tema en mi ‘otro’ blog. Pero no, toca en este.
Acabas de parir, tienes las hormonas disparadas y te cagas en los muertos de todos los gobiernos cuando te has de incorporar al trabajo después de 16 semanas de mierda. El sacaleches es una puta máquina de tortura que ni la Inquisición. Una madrugada, en pleno desvelo entre una toma y otra, ves en Instagram (¡Donde si no!) un anuncio de un curso que te habilita para ser una ‘mami emprendedora’. Un curso. Pagas un curso de algo que probablemente no tenga nada que ver con lo que hacías antes (coach de lo que sea, copywriter, social media manager…) y ya eres una mami-cuquiemprendedora.
Te lo han vendido todo bien: libertad de horarios, tu familia por encima de todo, tú marcas los límites… ¡Es tan guay que pagas super feliz las primeras microcuotas de autónomos! Entonces has de poner precios a algo que no has hecho nunca porque no es lo tuyo, a pesar de esos cursillos online y de esos libros que te han vendido porque el cuquiemprendimiento es lo mejor para todos (los de marketing nos encargamos de decirte que todo tipo de cosas que no te hacen falta son lo que necesitas). Estás empezando. Pones un precio bajo, por algún lado hay que empezar. Entonces te precarizas. Y como has puesto precios tan bajos, precarizas al resto de profesionales de esa ‘otra’ profesión en la que quieres reinventarte. Genial, todo genial. Pero es lo mejor para todos.
Luego se te acaban la tarifa plana o como se llame. Has de pagar impuestos. Trabajando a precios irrisorios no te da la vida y te pasas más horas currando que si trabajaras fuera de casa para ganar mucho menos. Pero estás cuquiemprendiendo y te haces creer que tú mandas de tu tiempo, cuando no sabes ni lo que es el tiempo. Ese bebé va creciendo y cada vez duerme menos. Trabajar es cada vez más complicado, pero te las apañas durmiendo poco. No pasa nada, es lo mejor para todos.
Hasta que deja de serlo. Hasta que te das cuenta de que no puedes más, te cagas en el cuquiemprendimiento y en todo, metes a tu bebé en una Escuela Infantil y vuelves a trabajar por cuenta ajena. Fin del cuento, hostia de realidad. Maldices aquella noche de insomnio, todo aquello que sonaba tan bien con filtros de Instagram, todas aquellas pelis que te montaste porque te animaron a hacerlo. Te das cuenta solo entonces de que has caído en una trampa más de este mercado constante que es la vida: tienes que comprar conocimiento (cursos, libros) para hacer algo que no es lo tuyo* y que, por tanto, te condena a un curro precario. ¡Vaya invento esto del cuquiemprendimiento! ¡Un ejército de madres desengañadas, ojerosas y precarizadas!
- Muchas madres que ya éramos autónomas antes de parir intentamos contar que eso tan bonito que nos cuentan no es verdad. Pero es como pinchar el globo de la felicidad y la ilusión. Aguafiestas amargadas que no quieren a nadie en su chiringuito y no, nada más lejos de la realidad. Cuento esto ahora porque, con el virus, la situación a la que nos enfrentamos tiene estos posibles escenarios:
- No tienes suficiente trabajo, pides cese de actividad y tienes unos meses con una prestación mínima para dedicarte a tus hijxs mientras tu pareja (o no) sí que ingresa (o no). A saber con qué te encuentras cuando pretendas ‘reabrir’.
Tienes bastante menos trabajo del habitual, pero cesar actividad supondría dejar de lado a tus clientes cuando más te necesitan. Te debates entre trabajar palmando pasta para no perder a los clientes cuando todo haya pasado o cesar actividad y tener esos meses de prestación mínima para dedicarte a tus hijxs mientras tu pareja (o no) sí que ingresa (o no). - Tienes más o menos el trabajo habitual, pero no lo puedes asumir porque tienes que hacerte cargo de ese hijo o hija que no entiende de realización profesional, de clientes en horas bajas o de la necesidad de seguir facturando. Además, tampoco deberías dejar tirados a tus clientes cuando más te necesitan. O sea, que no te puedes plantear cesar actividad para tener una prestación mínima y te toca currar palmando pasta cuando podrías, al menos, salvar la situación, porque no tienes a nadie con quien dejar a tus hijxs si no quieres mandar a tomar por el culo el confinamiento y juntar a los que más transmiten los virus (los niños y niñas) con los que más sufren sus efectos (abuelos y abuelas).
- Otras soluciones que tiran de picaresca, como cesar actividad y facturarlo todo cuando la cosa mejore; pedir una baja médica… A saber
La cuestión, querida, es que si te decides por el autoempleo siendo madre de niñxs pequeñxs debes tener más que claro que vas a estar más sola que la una. Que no estás en los discursos, en los anuncios, en las ruedas de prensa. Eres una currita silenciosa que aprovecha las siestas de sus hijos para sacar algo de trabajo, pero ni nómina que cobrarás a final de mes, ni prestación por un ERTE al que acogerte ni puto nada. Sola. Con tus facturas, con tus clientes llamando por teléfono mientras tu hijo te lía la batalla de Waterloo porque el yogur es de fresa y no de limón. Sola. Ni libros en PDF que te den los 5 tips definitivos que te ayuden a compensar eso que ya no facturas, ni nannies virtuales que entretengan a tu bebote ni absolutamente nada.
El autoempleo es la solución perfecta, pero no para nosotras ni para nuestras familias, sino para el mercado.
La foto es de banco, pero podría ser yo, solo que cabreada porque el crío sabe perfectamente apagarme el portátil